Por Leida T. León

Ese segmento puro de su mente

que puede entender y leer la poesía que libra,

dibuja con verbos las sombras precursoras

del atardecer que se adelanta vacilante.

Desde el invierno nuevo una leyenda

le habla de la extinción de un pasado tolerante,

del naufragio de una historia resuelta

en la encrucijada de las letras.

Quiso forzar con su verdad al huracán amigo

que se empeña en arropar un destino arbitrario,

donde sueña ella con olvidar

afrentas y silencios; retrocediendo pronto

ante la aguda punta de la daga que pretende penetrar

y desangrar.

Existirá con esfuerzo en esas horas,

en las que le ahoga el calor que le abraza.

Y será ella mejor que el acero templado

de una espada,

mucho mejor que la conciencia;

mejor que la estocada preparada,

que la suma de quimeras intermedias.

Se rebela ante la sentencia que condena

a purgar, sin olvidar;

a la ilícita destrucción de su osadía,

a la pérdida de la nobleza de sus versos

Y su aliento.

Volverán a visitarle las rojas luces

del desastre en el ámbito exclusivo

de memorias que la envuelven,

la acunan; luego ella se incorpora y anda.