Qué rara sensación. Me siento mareada, como si todo diera vueltas y no puedo respirar… como aquella vez en que Rodolfo me besó y me dejó sin aliento. Fue la primera vez que besaba a alguien. Había escuchado a mi hermana Gertrudis hablar acerca de besarse con chicos, que eso no era de señoritas, sino de mujerzuelas; yo nunca vi que mi papá besara a mi madre, pero Gertrudis estaba equivocada, porque Rodolfo me habló de cómo el besarse era para los enamorados.
Siento un hormigueo en los pies… A Rodolfo le encantaba molestarme haciéndome cosquillas en los pies cuando nos tendíamos en el campo, después de que me fugara del instituto los días martes. Él me esperaba detrás de los árboles, justo donde había encontrado un hueco para poder salir de ahí. Como había lodo por los campos de riego, me quitaba los zapatos para no ensuciarlos. Tendíamos una manta y él cosquilleaba mis pies.
Me duele el pecho… pero no como aquella vez que le pedí a Rodolfo que hablara con mi padre para no verlo más a escondidas. Rodolfo dijo que eso no era posible, que si en verdad lo amaba no iba a presionarlo y haríamos las cosas a su modo o seguiría adelante con el compromiso que su familia le había impuesto de casarse con Cristina.
Respiro agitada, desesperada, como si se me acabara el aire… Justo como la noche que vi a Rodolfo besar a su prometida. Así es, mi padre nos anunció que teníamos que asistir a la cena de compromiso en casa de los Olivares. Sí, la cena del compromiso entre Rodolfo Buenrostro y la señorita Cristina Olivares. No pude disimular. Sentí una rabia inmensa al ver a Rodolfo ahí, delante de todos, tomado de la mano de Cristina. Ella lucía un par de guantes de seda tan hermosos como su vestido, y Rodolfo vestía un traje tan elegante que jamás había usado en todos esos encuentros que tuvimos.
Quiero abrir los ojos, pero no puedo, no percibo ni un destello de luz… Cómo quisiera olvidar el brillo de las estrellas, aún las recuerdo. Esa noche en que Rodolfo me rogó que asistiera a verlo aunque fuera por última vez al campo. Jamás había escapado de noche de casa, mis padres dormían. Rodolfo me juró que no pasaría nada, que no se darían cuenta, y eso me dio la valentía de escapar por la ventana. Ahí estaba Rodolfo, de pie detrás de los árboles. Solo iba a despedirse de mí, eso me prometió, pues decía que lo nuestro no podía continuar.
No puedo mover los brazos, quiero escapar, pero no puedo moverme… Igual que la noche en la que Rodolfo me tomó a la fuerza. Sentí sus brazos alrededor de mí, sus besos de una manera salvaje, y después de tirarme al suelo me hizo suya. Yo no quería, pero él era más fuerte que yo, así que no tuve más remedio que ceder.
Mi garganta está seca, raspa, y no sé a quién pedirle ayuda… Cuando Rodolfo terminó conmigo yo estaba en shock. No sabía qué había pasado, no sabía en dónde había quedado el amor que juraba tenerme. Me levanté como pude, tomé mi vestido roto y lleno de lodo y corrí a casa. La vergüenza me invadía, pero no tanto como la sensación de asco recorriendo mi piel. No tuve más remedio que callar.
Al estar frente a mis padres, dijeron que no permitirían que mi deshonra llegara a oídos de todos, que no correrían el riesgo de que alguien más notara mi vientre creciendo, que era preferible enviarme al extranjero antes que soportar las habladurías de la gente. Lo último que recuerdo es haber estado en mi habitación. Mi madre entró con un té para que me relajara, después escuché la voz de mi padre diciendo que solo así aprendería mi lección.
Estoy mareada, no puedo respirar, siento entumidas mis piernas, me duele el pecho, se me acaba el aire, tengo mis ojos abiertos pero llenos de polvo, no puedo mover mis brazos, he gritado tanto, pero nadie me escucha… Ya he llorado todas mis lágrimas y lo único que persiste y me impregna es este olor a adobe.
La leyenda de la mujer emparedada en Guanajuato es una de las historias más trágicas y conocidas de la región. Una mujer joven es cruelmente castigada por su padre, usualmente por un amor prohibido, y termina sellada viva dentro de una pared.

Azucena M. Ortiz
(Mexicali B.C. México) Soy contadora de profesión, pero mi verdadera pasión son las letras. Soy la orgullosa propietaria de Soffa, mi librería en línea, un proyecto que creé para compartir y gritarle al mundo que la historia de un libro no tiene por qué tener fin. He incursionado en la escritura creativa; mi inspiración es la condición humana, la imaginación y lo cotidiano, sin dejar de lado el fascinante mundo del terror. Me encanta ser «la loca que siempre trae un libro», una etiqueta que llevo con orgullo y que define gran parte de quién soy. Siempre estoy dispuesta a enfrentar nuevos desafíos, pues creo firmemente en el aprendizaje continuo y en ser auténtica.