Por Lázara Ávila Fernández
15 de noviembre de 2024
Comienzas tu novela con la frase: «Si buscas el camino a la independencia lo encontrarás sembrado de mujeres de sal petrificada», una imagen que evoca fuerza y sacrificio. Como refugiada cubana que emigró en 1969, ¿qué significado personal tiene para ti esta frase, y de qué manera crees que refleja las vivencias de las mujeres en tu historia?
Comencé el primer capítulo con una reflexión un tanto controversial, asemejando a una filosofía feminista radical que no abrazo y desde un ángulo de «dependencia» humana, emocional y física, que puede percibirse de forma diferente según el espíritu y la mentalidad del lector. El camino hacia la independencia se encuentra dentro de nosotros mismos, en el coraje con el que enfrentamos a la incertidumbre y el miedo en situaciones difíciles, y hasta imposibles de resolver. Todos hemos de esforzarnos en ahuyentar, aún con la esperanza puesta en lo desconocido, el miedo que nos llega ante un inesperado cambio, individual o colectivo. Es la confianza propia lo que nos permite alcanzar el objetivo y la que nos salva del estancamiento emocional, como mis estatuas de sal. Cuando comencé a escribir Eliza, no era mi propósito llevar la historia de mi vida a los lectores. Tampoco fue mi intención escribir desde un ángulo social, solo escuché los rumores que me llegaban desde otras vidas y escribí. Hay poco en esta novela que sea referente a mí, aunque reconozco que, como muchos autores, algunas de las historias y personajes que he traído reflejan algo de mis experiencias. Venir a Estados Unidos como refugiada cubana en mi adolescencia fue un golpe de suerte porque fue menos doloroso, o eso parecía, digerir el choque cultural que aún hoy me abruma; la juventud se adapta fácilmente a la nuevo sin tener en cuenta el medio. En retrospección, tuvimos que sudarlo todo, y perseverar en todo, para prosperar.
¿Cómo construiste a Eliza desde tu experiencia de emigrar y comenzar de nuevo, y qué aspectos de su carácter consideras reflejan las realidades de muchas mujeres en situaciones similares?
He tenido la oportunidad y el privilegio de conocer a mujeres como Eliza para quienes el mundo fue y es un sitio hostil. Para nuestra heroína, su orfandad fue su destierro, para otras, las que se ven impulsadas por una razón u otra a dejar el terruño, es la lucha diaria por recuperar y mantener la identidad propia lo que define o no a su mundo como hostil. Muchas lograron llegar a la meta, otras no tanto y también un sinnúmero de ellas cayeron y se levantaron o bien decidieron sobrevivir como estatuas, inmóviles y dependientes de un escabroso presente, sin atreverse a soñar con un futuro mejor.
En la novela la protagonista actúa instintivamente, normal en su situación, pero innato en ella, no racionalmente; conducta que se desata en las personas cuando se enfrentan a ciertas circunstancias adversas, como fue la ausencia de su madre; es en realidad la pérdida de esta la que definió el carácter y trayecto que tomaría nuestra joven heroína. Al escribir la novela, visualicé a Eliza a través de las acciones y reacciones que recreé en los personajes de sus padres, inmigrantes encarando una nueva vida y perdiéndolo todo antes de empezar.
La narrativa de la novela se mueve entre lo individual y lo colectivo, pintando un retrato de la vida en comunidades inmigrantes. ¿Qué te llevó a explorar la experiencia de la diáspora cubana en Los Ángeles, y de qué manera sientes que esta historia se vincula con las luchas de los refugiados en cualquier parte del mundo?
Cuando llegamos a Los Ángeles, entramos directamente a la diáspora, una comunidad cubana de jóvenes y familias con circunstancias similares a las nuestras, que nos ayudaron con su presencia, apoyo, empuje, y vitalidad a sobrepasar la inmensa angustia de no saber si volveríamos a ver a nuestros padres, y a soportar lo que sería la permanente separación con el resto de nuestra familia. Fue ese contacto inmediato con lo familiar lo que me hizo sentir bienvenida y pisando tierra firme. Echo Park forma parte mi historia de refugiada, es también la historia de un sinfín de hombres y mujeres de todas partes que tuvieron que desprenderse de lo que más amaban buscando libertad y una mejor vida en otra tierra.
En tu novela, y según el prólogo Eliza carga con el sacrificio enorme de una madre por una hija «de mente mutilada» y un amor que nunca fue suficiente. Como muchas mujeres, vive y sufre en silencio, incomprendida y sola en sus momentos más críticos. ¿Qué buscabas expresar con esta relación madre-hija y con el amor insatisfecho de Eliza, y de qué manera crees que ella representa a tantas mujeres que «lloran sin ruidos» y se ven atrapadas en un ciclo de sacrificios silenciosos?
Mi respuesta a esta parte de la entrevista te la devuelvo en forma de una historia muy real. Si no es mucho pedir, te contaré en tan pocas palabras como pueda esa historia, muy parecida a la de Eliza, de una mujer cubana que conocí hace muchísimos años; pienso que esta será una respuesta adecuada a tu pregunta.
La mujer de la que hablo emigró a México durante los años cincuenta escondida dentro de un barril en la bodega de un barco, y todo para salvar su vida. Atrás quedaban sus dos hijos con la abuela. Su destino fue una existencia de inmigrante indocumentada que la expuso a la persecución por parte de agentes de inmigración, al hambre, el alcoholismo y a un incesante peregrinaje de pueblo en pueblo buscando empleo; de sus exiguas ganancias no se olvidaba de enviar dinero, libros y alguna ropa a sus hijos en La Habana. Decidió arriesgarse de nuevo regresando a la Isla una noche en busca de sus hijos, con los cuales retornó a México. Semanas después de su regreso, tuvo la mala suerte de que uno de ellos enfermara. De nuevo, amparada por la oscuridad de la noche y a la carrera, no vio más opción, que regresar a Cuba, donde sus hijos quedaron otra vez bajo la custodia de la abuela. Triunfó la Revolución y con esta llegaron los Vuelos de la Libertad desde Cuba a Miami. La mujer contactó a su familia en los Estados Unidos para que iniciaran los trámites necesarios para reclamar a sus hijos, mientras ella se preparaba a cruzar la frontera norte. Arribó ella a su destino con un cáncer avanzado, sangrando profusamente, alcohólica, mal hablada, ¡ella que había alguna vez sido maestra!, y pesando noventa libras. Sus esperanzas de llevar una vida normal se desvanecieron cuando los médicos diagnosticaron lo que ya ella imaginaba: el más pequeño de sus hijos padecía de una condición mental incurable, y el mayor, la niña de sus ojos según recuerdo, la despreció, posiblemente ella no era la madre que él esperaba, y la juzgó cruelmente por haberlos abandonado, de los insultos hacia ella yo fui testigo. El desastre fue más allá de un momento o unos días, fue lo que consumió toda su vida. Yo la visitaba cada semana, a veces todos los días. Ella se sentía confortada contándome su historia vez tras vez, siempre la misma. He escuchado tantas historias parecidas a esta que a veces pienso que son las mías.
Los Ángeles en tu obra es mucho más que un escenario: la ciudad se convierte en un personaje con un papel dual, siendo hostil e indiferente pero también ofreciendo oportunidades. ¿Cómo lograste capturar esta complejidad, y qué significado tiene la ciudad para Eliza y los personajes que, como tú en su momento, buscan un nuevo comienzo?
La ciudad de Los Ángeles es todo un personaje con todas las características de una urbe estimulada por una energía multitudinaria. Como metrópolis, la ciudad es un escenario en el cual se asoman como actores los fracasos individuales, la indiferencia sutil de la sociedad, las inesperadas casualidades, y los renacimientos personales tan comunes. Para Eliza, la ciudad es su ímpetu y su escape, su término y siempre su hogar. Es cuestión de poner en la balanza la realidad y lo soñado; lo que somos y queremos ser. El comienzo es solo un paso.
En tu novela, Eliza visita Cuba en un momento clave. ¿Cómo fue para ti construir esa visita, y por qué fue necesario llevar este personaje a Cuba?
Para mí no fue fácil regresar al pueblo en busca de la historia, nunca lo es, ni siquiera en sueños. Para ella, para su historia, fue imprescindible el viaje a Cuba, la tierra de sus antepasados, y sobre todo de sus padres. Fue inevitable ese viaje a la Isla no solo para Eliza sino también para Nieves Izquierdo, las dos encontraron en Cuba destino y pasado. Fue en Cuba donde nuestra protagonista toma posesión de su identidad y comienza a reconciliarse con su naturaleza.
Tu novela ha recibido una mención honorable en el International Latino Book Awards 2024, un reconocimiento que celebra el impacto y calidad de tu trabajo. ¿Qué significa este logro para ti como autora cubana en Estados Unidos, y cómo percibes el papel de este tipo de reconocimientos para los escritores de la diáspora?
Fue algo inesperado. Fui muy audaz en pensar que mi novela fuera de alguna manera reconocida por ILBA, pero personas de mi círculo más allegado me convencieron de que me arriesgara. Expresándome en términos literarios, la representación de escritores de la Diáspora cubana en certámenes como este es vital para nuestro continuo progreso como una comunidad sobresaliente de escritores, artistas y poetas. Tenemos mucho que ofrecer.
La cultura y tradición de la diáspora cubana están presentes en tu novela, donde muestras cómo el «barrio de los cubanos» en Los Ángeles se transforma y extiende. ¿Cuál es la importancia de representar la diáspora y sus valores en esta obra, y cómo crees que este sentido de identidad afecta a tus personajes?
La vida de la protagonista estuvo influenciada por diferentes culturas, entre ellas su conexión con la diáspora cubana, muy visible en Echo Park. Aunque conocía la historia de sus padres, las expectativas de Eliza y las circunstancias que rodearon su vida la llevaron en cierto momento a mudarse fuera de Los Ángeles. Hubo un momento en que, sin perder su identidad, la diáspora cubana puso la mira en nuevos horizontes en busca del sueño americano.
La narrativa de tu novela se construye con una tensión sutil, en la que el lector acompaña a Eliza creyendo que su vida puede estar cerca de una resolución. ¿Cómo trabajaste para tejer este desenlace inesperado, manteniendo la atención del lector sin dejar entrever el rumbo que tomarían los personajes? ¿Qué emociones esperas despertar en quienes lo descubren?
La vida no es un camino recto, y esta es una verdad universal; la de Eliza transcurrió en un constante movimiento, de acuerdo con su temperamento. Creo que no hay resoluciones que conduzcan a conclusiones satisfactorias para muchos de nuestros conflictos morales. Ni Eliza ni yo nos subscribimos a la filosofía de los «finales felices». En cambio, creo firmemente que las resoluciones y los finales felices son simplemente productos de la psique humana, ya sean resultados deseados o no deseados, que representan cambios en lugar de soluciones definitivas. En el caso de Eliza, una mujer guiada por la intuición, no la razón ¿qué puedo haber hecho para mantener el amor de su hijo? ¿Aceptaría su hijo su versión? Cada caso es individual. Nunca lo sabremos.
Como alguien que vivió en Cuba antes de emigrar, tu perspectiva sobre la resiliencia y las luchas internas de muchas mujeres adquiere un sentido especial. ¿Cómo te mantienes conectada con estas historias de lucha, y de qué manera tu propia experiencia como refugiada sigue inspirando tu escritura?
La vida que vivo ahora y la que he vivido a lo largo de los años son mis únicas conexiones con el pasado y el futuro. No hay escapatoria de mi vida; una identidad dividida me obliga a enfrentarme a mí misma minuto a minuto. ¿Qué seríamos sin nuestras memorias?
Puedes adquirir la novela en el siguiente enlace:Eliza
Otros títulos de la autora: En blanco y negro (poesía)